CARNAC. HECHA POR SERES DEL ESPACIO

Sobre la salvaje costa bretona, en el noroeste de Francia, miles de piedras colocadas en hileras proponen el enigma. ¿Quiénes y por qué las colocaron allí? Como largas filas de penitentes, las fantasmales piedras de Carnac recorren en línea recta el áspero territorio de bretón, frente a las bravías aguas del golfo de Vizcaya. Aunque su presencia y configuración son realmente misteriosas, los campesinos de la región encontraron cómo explicarlas. Según una arraigada creencia, los megalitos son soldados romanos petrificados por Dios para proteger a San Cornelio, patrón de la zona de Carnac y del ganado, mientras aquéllos lo perseguían. Otros mitos bretones aseguran que las piedras de Carnac se desplazan regularmente hacia el mar para bañarse o beber de sus aguas. Y les atribuyen grandes poderes: además de ser curativas, las piedras pueden brindar fertilidad y ayudar a los jóvenes en busca de pareja. Cuando fueron erigidas, las piedras de Carnac eran 10 mil. Hoy, después de 65 siglos, quedan sólo 3 mil, en cuatro grandes agrupamientos: Le Menéc, Kermario, Kerlescan y Le Petit Menéc. Al lado de la aldea de Le Menéc empieza el alineamiento más numeroso. Son 1.099 piedras en once filas colocadas como soldados o escolares, por orden de altura: las mayores miden 3,7 metros y las menores 90 centímetros. Se despliegan hacia el nordeste en suaves ondulaciones a lo largo de una línea levemente curvada. Los megalitos de Kermario son mayores, las rocas más altas superan los 7 metros y disminuyen el tamaño a lo largo de 1.200 kilómetros. Los otros dos agrupamientos son menores, pero Kerlescan se diferencia por una configuración cuadrada de las 540 piedras que lo componen. Jerome Penhouet propuso, en 1826, que los cuatro alineamientos eran parte del cuerpo de una enorme serpiente que se desplazaba sobre el terreno bretón. Distintas épocas intentaron otras explicaciones para el misterio. Durante el siglo XIX se sugirió que se trataba de lugares dedicados al culto solar y lunar, mientras otros autores pensaban que eran avenidas que conducían a los templos hoy desaparecidos. Por su parte, Hans Hirmenech propuso a principios de este siglo que las filas de menhires eran las tumbas de soldados de la Atlántida que habían muerto durante la guerra de Troya. Asimismo, James Fergusson decía que la erección de estos monumentos debe conmemorar alguna gran batalla que tuvo lugar en esta llanura en tiempos remotos. Otros estudiosos de Carnac fueron más allá y propusieron que se trataba de verdaderas tumbas y creyeron encontrar apoyo para este razonamiento en el significado de los nombres de algunos lugares: en bretón, un idioma de origen celta, Kermario quiere decir “ciudad de los muertos” (pero no tuvieron en cuenta que los menhires son muy anteriores a la aparición de los celtas en esta región). El primero en aludir el “tema celestial” de Carnac fue André Cambry, quién sostuvo que las piedras de Carnac se refieren a las estrellas, los planetas y el zodíaco. Autores posteriores retomaron la idea y, en 1970, el ingeniero inglés Alexander Thom siguió los pasos de Gerald Hawkins en sus estudios sobre Stonehenge y los aplicó a Carnac. Según Thom, el gran menhir caído de Locmariaquer era el centro de un inmenso observatorio astronómico apto para predecir eclipses. Sus mediciones indican que desde el gigantesco menhir era posible observar las ocho posiciones extremas de la Luna. También propuso que los alineamientos de Carnac eran calculadoras solares, utilizadas para corregir las irregularidades observadas en los movimientos de la Luna. El inmenso menhir caído de Locmariaquer, conocido como Er Grab ( la Piedra de las Hadas), medía más de 20 metros de alto y se cree que estaba en combinación con menhires hoy desaparecidos. En experimentos efectuados en Francia, fue posible mover piedras de 30 toneladas, montadas sobre rodillos de madera, con el esfuerzo de 200 personas tirando de sogas y el apoyo de un grupo menor que mantenía la buena dirección con palancas. Si para mover un megalito de 30 toneladas hicieron falta 200 hombres, ¿cuántos habrán sido necesarios para desplazar el menhir de Locmariaquer, que pesa 350 toneladas? Esta pregunta podría tener una sencilla respuesta aritmética. Pero hay un interrogante que es mucho más difícil de contestar: ¿Qué motivo impulsaba a nuestros antepasados de la Edad de Piedra y los llevaba a realizar esfuerzos tan desmesurados? Quizás las rocas lo saben, pero lo conservarán profundamente oculto hasta el fin de los tiempos.